La realidad demuestra que la demagogia, la hipocresía y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.

martes, 25 de mayo de 2010

Misterios del cerebro humano

(...) Cómo llegué a ese estado ni yo mismo lo sé. Supongo que lo único que separa a un loco de un cuerdo es el asesinato, y aunque esta teoría no la tengo del todo definida, se podría decir que algo loco, por tanto, estoy. ¿Pero acaso no hubiera sido más terrible envejecer como desconocidos, o peor aún, huir dejándola con el corazón destrozado el resto de su vida?
Duerme, mi amor, duerme, le dije, y agarré la almohada. Apenas un bostezo le dio tiempo a soltar y apreté con todas mis fuerzas. Sus piernas se movían como la cola de un lagarto que es separada del cuerpo. Sus débiles brazos dibujaban figuras en el aire antes de golpear mi espalda sin mucho convencimiento. Resultó sencillo hasta el punto de pensar que quizá, en un postrero signo de lucidez, mi querida esposa no opuso más resistencia porque entendió que yo estaba haciendo lo correcto, lo mejor para los dos. Y es curioso, pero cuando levanté la almohada de su cara, la vi bella como tiempo atrás, hermosa diría, ¡cuánto misterio esconde el cerebro humano, cuánto misterio! (...)

Ensalada de Canónigos - Duerme, mi amor, duerme
JRamallo

sábado, 22 de mayo de 2010

Perdido

En los pubs de Santa Cruz, los modernos se unen y multiplican. Se sienten protagonistas. Son los intérpretes ficticios de la noche. Disfrutan. Se gustan. Escuchan al DJ crear basura mientras se siente idolatrado; un Divo nocturno. Para mí no es más que mierda que retumba en mis oídos, que me daña. Palmaditas en la espalda y un eh que se oye, que yo lo conozco y es un crack. Vete a cagar.

¿Que significa para un joven masculino de Santa Cruz, ser moderno? Imagina a ese individuo llevando un look similar a un leñador de Minesota; gorra de rejillas y visera doblada en forma de arco, barba perfilada de tres días o bigote, camisa de franela a cuadros y tenis Converse Weapon. Un hortera, pero moderno. Así tendrás una idea aproximada.

Acabo de perderme. Este no es mi sitio. Estoy fuera de lugar, fuera del juego. Ha llegado la hora límite. Cierro la noche disipándome y vagando entre sombras y sus personajes. Bajo el puente Serrador, se hace resumen de existencias. Se mezclan la desdicha y la opulencia. Putas, pijos, borrachos y niñatos. Cada uno representando su historia. Mientras, avanzo junto a mi soledad. Algún taxi me espera en el mercado. Ahora sólo pienso en las horas de sueño perdidas y en los diez euros que me costará la carrera; no me los podré gastar en más alcohol.

domingo, 16 de mayo de 2010

La caja de naranjas

Las mañanas de J en el almacén son eternas, agotadoras y estresantes. Su trabajo consiste en trasportar cajas de alimentos en la carretilla elevadora y llevarlas desde un recinto al otro; desde la cámara frigorífica hasta la entrada trasera del supermercado. Subir y bajar por la rampa que separa ambos lugares, continuamente, durante ocho o nueve interminables horas.

El fatídico día, J debía darse prisa en cargar la mercancía para reponer las estanterías,-en ese instante desnudas-, del supermercado. Había recibido instrucciones precisas de su severo y obtuso jefe: toda la fruta debía estar dispuesta en el lugar correspondiente antes del horario de apertura. En ese momento no había nadie más en el almacén. Sólo él, con su desesperación y su agobio. Por la emisora pidió ayuda a alguna compañera, respondiéndole M, que recién llegada a la empresa, contestó y aceptó la petición de J. Ambos se encaminaron diligentemente hacia la cámara frigorífica, subidos en la carretilla; J conducía y M de acompañante. Colocaron ordenada y minuciosamente la mercancía en la plataforma elevadora hasta que por seguridad, se aconsejaba no incrementar la carga. El transporte de todo lo necesario podía ser realizado de una sola vez, pero les quedó pendiente una caja de naranjas, fruta insustituible en cualquier establecimiento de este tipo. Sin pensarlo demasiado, colocaron una de estas cajas sobre el asiento del copiloto, siendo conocedores que con ello, incumplían las normas. Pero en fin, en la mayoría de las ocasiones, la realidad se contrapone a la teoría y a la ley. M acompañó el trayecto del vehículo a través de la rampa situándose en la parte trasera del mismo, ya que J no debía demorase más aún en la tarea. De inmediato, y al acelerar la carretilla por la pendiente, la caja de naranjas, que no iba sujeta por ningún elemento, cayó al suelo por la parte derecha del vehículo. M que se encontraba a corta distancia. Se acercó despreocupada a recoger todo aquel estropicio, sin percatarse que J había modificado su movimiento, dando marcha atrás a toda velocidad y pensando únicamente que este percance le haría perder aún más tiempo. Así que de súbito, ocurrió el horrible incidente: J había aplastado la caja de naranjas y atropellado a M, pasándole por encima y destrozándole las piernas con los enormes y pesados rodillos de la carretilla. Su cuerpo yacía en el suelo junto a sus piernas catastróficas y los espantosos gritos. En el recinto sólo se escuchaban las desgarradoras peticiones de auxilio y angustia. Poco a poco, acudieron a la espeluznante escena los compañeros de J y M, compartiendo el clamor de chillidos por un dolor inhumano. Mientras tanto, J permanecía al lado de M, paralizado por la visión atroz que sus ojos contemplaban; una imagen horrorosa, abominable. Continuó observándola inmóvil, aterrado tras comprobar que el umbral de dolor que poseía M era infinito. No perdió el conocimiento ni quedó enajenada en ningún instante, mientras su cuerpo se desangraba junto a su piel, músculos y huesos triturados.

El tiempo transcurrió sumido en la eternidad hasta la llegada del personal sanitario. Tras estabilizarla, la ambulancia se dirigió velozmente al hospital más cercano, con la idea de salvar la vida de M. Evidentemente, ya no se podía hacer nada por sus piernas. En el mejor de los casos, quedará traumatizada y tullida de por vida. Mientras se alejaba y todavía con el eco de los horrendos alaridos, continuó J en la misma posición del ya maldito recinto, paralizado y mudo, observando absorto la mezcla de sangre y jugo de naranja que reposaba en el suelo.

viernes, 7 de mayo de 2010

Extraña pareja

Realmente formaban ambos una extraña pareja, joven y primitiva. Si en algún momento de la evolución humana se extravió algún eslabón, estoy convencido de que yo lo he encontrado, o simplemente, se cruzaron en mi camino.
Él es el más primario de los dos. Bajito, casi enano, de cara ruda, manos curtidas en trabajos duros y de ojos hundidos en un rostro con excesivas líneas rectas. Ella tenía la cara redondeada, casi sin expresión, como envuelta en una gran masa de cebo que desiste frente a la ley de la gravedad. Sus enormes pechos le caían como ubres de una cabra sin ordeñar y su pelo era liso, grasiento y descuidado. Ambos vestían con aspecto de haber comprado la ropa en un rastrillo de antigüedades, una o dos tallas mayor de la necesaria. En fin, que tenían más apariencia de primates que de personas. Y ahí estaban, con sus dos hijos pequeños junto a mí, esperando en una cola para comprar pan, subsistiendo inútilmente, bramando escandalosamente en su idioma cavernícola y desquiciados por la hiperactividad de los niños. Se gritan, se comunican y se entienden a su modo. Y yo, en medio de sus chillidos, empujones y estupidez, aprendiendo que para situaciones como esta, hay que estar debidamente instruido en la alimentación y fortalecimiento de la paciencia. Porque de lo contrario, sería muy fácil recurrir a la violencia o enfermar inútilmente de los nervios.